Una mañana caminaba por el pequeño pueblo montañoso donde crecí. Acababa de doblar la esquina de una calle frente a dos casas. Las viviendas estaban una frente a la otra, y me detuve un momento a observarlas porque en ellas vivieron mis abuelas. Ambas casas estaban llenas de cálidos y felices recuerdos.

Mientras seguía por la acera, vi a un hombre acercándose. Lo reconocí como un miembro prominente y exitoso de la comunidad.

Cuando nos cruzamos, se detuvo para saludarme. Lo conocía a través de mi familia, así que le pregunté cómo estaba. Me dio una respuesta habitual y continuó caminando. De repente, se dio la vuelta y dijo que quería contarme algo.

Me explicó que, de joven, recién casado y con hijos pequeños, había desarrollado un grave problema con el alcohol. Era tan serio que perdió su trabajo, y su esposa se fue con los niños. En su momento más bajo, fue visitado por mi abuelo, Jerry Lafferty. Me contó que mi abuelo oró con él y que Dios movió poderosamente su corazón. Dejó de beber, entregó su vida a Cristo, se reconcilió con su esposa y reconstruyó su vida. Quería agradecerme por las oraciones de mi abuelo.

Por sorprendente que fue esa historia, lo que ocurrió después fue aún más impactante. Ese mismo día, tres hombres más me detuvieron para contarme que sus vidas espirituales también cambiaron después de que mi abuelo orara por ellos. Nunca olvidaré ese día.

Ora siempre. Invoca a Dios con fe y pasión, porque LA ORACIÓN FUNCIONA.

La Biblia dice en 1 Tesalonicenses 5:16: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar…” (RVR).

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